fuera del tiempo
bajo el globo caen los copos. ante los ojos de mi memoria, sobre la mesa de la señorita, se materializa la pequeña bola de cristal. cuando nos habíamos portado bien, se nos permitía darle la vuelta y sostenerla en la palma de la mano hasta que cayera el último copo al pie de la torre eiffel cromada. aún no había cumplido siete años y ya sabía que la lenta melopea de las pequeñas partículas algodonosas prefigura lo que siente el corazón durante una gran alegría. la duración se ralentiza y se dilata, el ballet se eterniza en la ausencia de obstáculos, y cuando se posa el último copo, sabemos que hemos vivido ese instante fuera del tiempo que es la marca de las grandes iluminaciones. a menudo, de niña, me preguntaba si estaría a mi alcance vivir instantes semejantes y hallarme en el corazón del lento y majestuoso ballet de copos, liberada por fin del tedioso frenesí del tiempo.
¿es eso acaso sentirse desnuda? libre el cuerpo de todo vestido, el espíritu no se libera sin embargo de sus aderezos. pero la invitación del señor ozu había provocado en mí el sentimiento de esa desnudez total que es del alma sola y que, nimbada de copos, provocaba ahora en mi corazón una suerte de deliciosa quemazón.
lo miro.
y me zambullo en el agua negra, profunda, helada y exquisita del instante fuera del tiempo.
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es un espacio fuera del tiempo en el tiempo...
¿cuando he experimentado yo por primera vez este abandono exquisito que solo es posible entre dos personas? la quietud que sentimos cuando estamos solos, esa certeza de nosotros mismos en la serenidad de la soledad no son nada comparadas con este dejarse llevar, este dejarse llegar y dejarse hablar que se vive con otro, en cómplice compañía... ¿cuando he experimentado por primera vez esta relajación feliz en presencia de un hombre?
hoy es la primera vez
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